Confiterías Zamoranas

Publicado sobre Ago 20, 1995


El Correo de Zamora

AÑO 1995    |    Zamora, 20 de agosto

Herminio Pérez Hernández

Confiterías Zamoranas

En mis tiempos infantiles, mi padre solía darme cincuenta céntimos, los domingos por la mañana, antes de ir a misa; teóricamente, aquellos dos reales debían durarme toda la semana, pero como los días laborales, entre la escuela, trabajar en casa con los deberes y jugar en la calle con mis amigos, no tenía tiempo para ” meterme en gastos”, el resultado es que me los gastaba íntegros el domingo. ¿ Y en qué podía gastarse cincuenta céntimos, en aquellos tiempos, un muchacho como yo, que apenas tendría entonces siete u ocho años? Pues verán ustedes al salir de misa yo me iba, dando un paseo, hasta la imprenta que don Salvador Garcia Vilaplana tenía instalada a la entrada de San Torcuato, donde más tarde estuvieron los “Almacenes Punto Azul”; allí estaba mi viejo amigo el señor Juan, que era un abuelo pero que, a fuerza de vernos un domingo tras otro, acabamos por sentirnos amigos. A pesar de ser domingo, el señor Juan estaba siempre al pie del cañón, dispuesto a atender a “la clientela” que acudía a comprar, como era mi caso “El Infantil”, una publicación para niños – hoy la llamaríamos un TBO – que constituía mi entretenimiento para toda la semana. Costaba diez céntimos, lo que significaba que aún me quedaban cuarenta más para el resto del día. A las cinco de la tarde, salía yo de casa generalmente en compañía de mi vecino , compañero y amigo fraternal, Narciso Sánchez Caballero, que vivía frente a mi casa. Nos íbamos directamente a hacer nuestra provisión de cacahuetes salados – entonces los llamábamos “cacagüeses” – que solíamos comprar en la confitería de Sever – que por cierto tenía también una funeraria – situada en la misma entrada de la Costanilla o si no estaban muy tostados, como a nosotros nos gustaban, nos llegábamos hasta la confitería de don Manuel Luis Alonso, situada exactamente al lado del teatro “Ramos Carrión” o Nuevo Teatro como se llamaba en aquellos tiempos. Cada paquete costaba diez céntimos y cada uno de nosotros compraba dos paquetes en cada confitería, con lo cual, como todo lo compartíamos, podíamos probar los cacagüeses de los dos. Acabo de citar dos de las confiterías más rancias y más antiguas de Zamora. La de Sever, instalada en un plan modesto, pues su negocio principal era la funeraria, y la de Manuel Luis Alonso que fue uno de los zamoranos más emprendedores y dinámicos; fabricaba de todo, desde las famosas “rosquillas de dedo” hasta confites, toda clase de pastas, dulces de todo tipo, caramelos muy variados y golosinas y pirulís, en fin todo lo imaginable en materia de derivado del azúcarl Por cierto que otro detalle curioso de este afamado confitero es que siempre que se le mencionaba se hacía con el “don” delante del nombre, cosa que fue muy característica de aquel tiempo, pues igualmente llamábamos don Ladislao Flórez y don Romualdo Barquero, a otros dos famosos confiteros y es que seguramente el hecho de ser maestros de obrador les daba un lustre especial. Debía pasar algo así como ocurre en la actualidad con los rejoneadores, en el campo de la Tauromaquia. Otra vez acabo de citar a dos famosísimos confiteros de pro: don Ladislao Flórez que fue el creador de la confitería “El buen gusto”, -¡ que nombre tan apropiado y tan sabroso! – situada en plena calle de Santa Clara, junto a “El molino de cafe” y uno de los creadores de productos más exquisitos y bien elaborados, como por ejemplo los rebojos duros, que se horneaban durante todo el año o los tocinillos de cielo que eran deliciosos. Los rebojos blandos solamente se preparaban en aquel tiempo por Semana Santa y en las confiterías se vendían generalmente para los forasteros, ya que muchas amas de casa los elaboraban ellas mismas y los llevaban a cocer a determinados hornos muy famosos, como el de la “Puentica” en la Puerta de la Feria y más tarde el de “los Galanes”, junto al cine “Arias Gonzalo”. Había otras dos confiterías famosas, situadas ambas en la Renova, posteriormente “Ramón y Cajal”. Una de ellas pertenecía a otro confitero de “don”, era “La Suiza” y pertenecía a don Claudio, un hombre bien plantado, elegante y simpático, que elaboraba productos muy exquisitos. Por cierto olvidé decir que la especialidad de la confitería Barquero eran, al menos para mi gusto, los ” empiñonados” que nunca los he visto iguales en ninguna parte. Este confitería, que creo que sigue existiendo todavía, pasó cuando murio don Romualdo a manos de su hijo Lucio, que siguió trabajando con gran éxito y ahora supongo que será algún nieto de don Romualdo quien lleve el obrador.

Pero el gran “boom” de la pastelería llegó a Zamora con la familia de los Reglero, una familia de origen modesto que se estableció en Zamora con un pequeño obrador, donde comenzaron a elaborar unas maravillosas y sabrosísimas “torrijas”, que vendían al principio por la calle. Recuerdo que cada vez que yo oía pregonar “A las buenas Torrijas, el Torrijerooooo!”, comenzaba a pedir a mi padre una perra gorda que era lo que costaban aquellas pequeñas delicias. Los Reglero pronto comenzaron a prosperar y a expandirse. Eran cinco hermanos: Arturo, Soledad, Angel, Manuel y José y para todos ellos hubo trabajo en abundancia. Si al principio fue el padre, con sus deliciosas ” torrijas”, finalmente fue Pepe, el más jóven, quien se encargó de llevar a todos al triunfo más notable: y todo porque Pepe se tomó la confitería en serio y después de estar trabajando durante unos años en Barcelona donde -Yo lo se bien- siempre hubo obradores y maestros excepcionales, se fue a perfeccionar sus conocimientos a famosos talleres de Suiza, donde aprendió a elaborar tales maravillas que, cuando de regreso a Zamora, abrió la confitería Reglero en la esquina de la calle Benavente, aquello fue todo un acontecimiento social. ¡ La de cosas riquísimas que se le ocurrieron a Pepe! los “sputniks”, los “Caprichos de Reina”, las famosísimas tartas “California” y de “Sainte Honoré”… ¡Qué enorme gozada! Y pensar que todo aquello ya es pasado, Menos mal que Pepe Reglero dejó buena escuela! y ahora hay nuevamente en Zamora hasta los sabrosos “abisinios”.